terça-feira, 9 de junho de 2009

"Diego", dicho Abel Paz




Hay que leer la prensa extranjera – francesa, inglesa –, para percatarse de que la España de Zapatero es mejor comprendida y a menudo mejor evaluada fuera que dentro de España. Esto se aplica a todos los avances sociales realizados o en curso de realización. Y en ninguna parte la crisis económica mundial está tan denostada y salvajemente imputada al gobierno local como aquí. Es verdad y necesario señalar que las increíbles carencias de comunicación, la falta de carisma, de calor, para no hablar de entusiasmo, de los servicios de comunicación del Gobierno no son la mejor ayuda para que los ciudadanos, sea directa o indirectamente, se interesen o se dejen convencer por las reformas en curso. El propio juez Baltasar Garzón es infinitamente más apreciado, admirado y hasta querido en el extranjero que en su propio país.

Es leyendo el diario francés Libération como uno recibe la primera noticia de la muerte, en Barcelona, el pasado 13 de abril, de Abel Paz, anarquista de vida ejemplar, altos ideales y valía moral.

No son pocos los turistas medianamente preparados pero conocedores de la historia de España y enamorados de la lucha de Cataluña contra el alzamiento franquista, que se sorprenden de que no haya en Barcelona una Plaza de Buenaventura Durruti ni un Paseo de los Hermanos Ascaso. O por lo menos una placa con sus nombres, escondida en algún rincón de la ciudad. Es la eterna historia, la del rechazo visceral del anarquismo, ese “espantaburgueses” que aterroriza a los mejor dispuestos a rendirse al comunismo más implacable antes que reconocer valor alguno, así sólo fuera simbólico, al anarquismo.

Falleció Abel Paz a los 88 años de edad. Su nombre verdadero era Diego Camacho, escritor, historiador, autodidacta y militante anarquista toda su vida. Dejó unos diez libros publicados, entre los cuales una biografía de Durruti traducida a catorce idiomas. En París, el 29 de mayo, se presentó un documental de Frédéric Goldbronn titulado Diego, en un acto de homenaje en presencia de simpatizantes y amigos que lo conocieron bien.

“Bastan a veces tres segundos para dar sentido a una vida, y en este caso fueron casi tres días los que me marcaron para siempre, como marcaron a cientos de miles de personas”, decía Paz en una entrevista recordando cómo, el 19 de julio por la mañana, cuando Goded sacó a las tropas de los cuarteles de Pedralbes, se encontró ante él, enfrentándolo, a un millar de anarcosindicalistas casi sin armas, decididos a defender la ciudad del fascismo. Ese mismo día, Francisco Ascaso perdía la vida en el ataque a un cuartel.

Demasiado joven, Paz no irá al frente de Aragón. Se quedará para “construir el futuro” inventando nuevas formas de vida. “Tenemos que construir sobre bases nuevas.” escribe Paz en su biografía de Durruti. “La solidaridad entre los hombres es el mejor incentivo para despertar la responsabilidad individual… Es preciso que el hombre aprenda a vivir y conducirse como un hombre libre… como dueño de sus propios actos. En la lucha no se puede comportar como un soldado al que le mandan, sino como un hombre consciente de que conoce la trascendencia de sus actos.” Es la Barcelona de Orwell, en donde “prevalecía un estado de cosas que enseguida me pareció merecer la pena de luchar por él”.

La vieja historia del fin y los medios. “La anarquía ha situado muy alto la idea de que el fin no justifica los medios. Para la anarquía más que para el comunismo, una sociedad nueva se construye desde el primer instante, y no utilizando cualquier medio”, dice Abel Paz. Pero ¿quién podría afirmar que estos preceptos éticos no valen también hoy, contra el terrorismo moral involucionista de las iglesias, o el código ético de los políticos, juristas y torturadores de Guantánamo?

Se conoce como termina: con la toma del control por parte de los estalinistas se desmontan las cooperativas de Barcelona, las colectividades campesinas de Aragón, se liquida el POUM, se persigue a los anarquistas y es la derrota final. Paz se exilia en Francia, donde pasará por los campos de concentración y el trabajo forzado bajo el régimen de Vichy. Después, el regreso a España y la cárcel, de la que saldrá en 1953 para exiliarse de nuevo en Toulouse hasta 1977.

Uno de los componentes más conmovedores del anarquismo español es, sin dudas, su interés, su auténtica bulimia cultural. “El gran sueño de Durruti y Ascaso era fundar editoriales anarquistas en todas las grandes capitales del mundo. La casa matriz habría estado en París. Con tal propósito se fundó la Biblioteca Internacional Anarquista”, escribe Cánovas Cervantes (citado por Enzensberger). “Durruti colaboró con medio millón de francos para el mantenimiento de la Librairie Internationale”, afirma Alejandro Gilabert. Pero cuando “después de la proclamación de la República, los anarquistas quisieron trasladar la sede de la editorial a Barcelona… en la aduana francesa de Port-Bou los gendarmes franceses prendieron fuego a todo el material”.

“Me pregunto cómo se puede vivir sin libros. Cómo se puede reflexionar sin devorar libros, novelas, estudios, libros de historia o de filosofía. Todo vale”, escribe Abel Paz. “Ser anarquista es ser una persona coherente… Trabajar lo menos posible, lo suficiente para poder vivir, disfrutar de la belleza, del sol. Disfrutar de la vida con mayúsculas es un estado mental, una actitud ante la vida. Trata de vivir esta utopía un poco cada día.”

Pues eso
Nicole Muchnik es periodista y pintora